Por Jacobo Colón.
A finales de febrero me preguntaron sobre las posibilidades del Partido Revolucionario Moderno (PRM) mantenerse en el poder en las elecciones de 2028, mi respuesta fue optimista.
Afirmé que el candidato que sea electo en el proceso interno tenía grandes probabilidades de convertirse en el próximo presidente de la República Dominicana.
La maquinaria política del PRM, respaldada por una percepción de cambio y una narrativa sólida contra la corrupción, parecía imparable.
Sin embargo, hoy, en septiembre de 2025, la situación ha cambiado drásticamente, y mi respuesta a la misma pregunta sería: “Lo dudo, posiblemente no”.
El panorama político dominicano se ha transformado en los últimos meses.
El gobierno del PRM, liderado por el presidente Luis Abinader, ha pasado de una posición de fortaleza a una postura defensiva, acosado por una serie de problemas que han erosionado su popularidad.
A pesar de los miles de millones de pesos destinados a campañas publicitarias para proyectar una imagen de éxito, la realidad en las calles es otra: la población está frustrada, y el descontento crece.
Uno de los golpes más duros ha sido el regreso de los temidos apagones.
Tras un período de relativa estabilidad en el suministro eléctrico, los cortes de energía han vuelto en medio de un calor sofocante, llevando a la desesperación a los dominicanos.
Un problema que parecía superado ha resurgido como un recordatorio de las promesas incumplidas y ha golpeado directamente la calidad de vida de la población.
A esto se suma el flagelo de la delincuencia, que continúa siendo una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos.
La respuesta del gobierno, a través de la Policía Nacional, ha sido en muchos casos torpe y contraproducente.
Los reportes de asesinatos de personas inocentes a manos de agentes policiales han generado indignación y han alimentado la percepción de un gobierno que, lejos de proteger, contribuye al caos.
El estandarte del PRM, su lucha contra la corrupción había sido hasta ahora su carta de triunfo más fuerte.
Las investigaciones y apresamientos de funcionarios corruptos del gobierno anterior de Danilo Medina fueron bien recibidos por una población cansada de la impunidad.
Sin embargo, esta bandera se comienza a deshacer.
Escándalos de corrupción en instituciones clave como SENASA, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Viviendas y hasta en la misma Policía Nacional, etc., etc., han sembrado dudas sobre la integridad del actual gobierno.
La percepción de que el PRM persigue selectivamente a sus adversarios políticos mientras protege a sus propios “corruptos preferidos” ha calado hondo en la ciudadanía.
Además, los miles de millones invertidos en publicidad no han logrado contrarrestar la creciente desconfianza.
La población, cada vez más informada y crítica, ve con suspicacia esta estrategia, interpretándola como un intento de maquillar los problemas en lugar de resolverlos.
La narrativa de un gobierno transparente y eficiente se desvanece cuando los hechos contradicen el discurso oficial.
Si bien el PRM aún cuenta con una base de apoyo significativa, el camino hacia el 2028 se presenta cuesta arriba.
La combinación de apagones, inseguridad ciudadana, escándalos de corrupción, carestía de los artículos de primera necesidad, y una percepción de selectividad en la justicia ha debilitado la confianza en el gobierno.
Para revertir esta situación, el PRM necesitaría no solo un cambio de estrategia, sino una demostración tangible de compromiso con las necesidades del pueblo dominicano.
Hoy, a diferencia de hace seis meses, las posibilidades del PRM de mantenerse en el poder parecen cada vez más frágiles.
La política es un juego de percepciones, pero también de resultados.
Si el gobierno no logra recuperar la confianza de la ciudadanía, el 2028 podría marcar el fin de su hegemonía.